Me gusta pasearme por el mercado
central para ver la pesca que hay. Lo mismo hago cuando estoy junto al mar y me
acerco a esperar la llegada de los pesqueros con sus bodegas orondas de hielo y
peces. No sé si es por lo atractivo que resulta este mundo a los de tierra
adentro, pero pasear delante de los puestos y ver la diversidad de diseños y
brillos de la piscifauna se convierte para mí en un espectáculo. De pequeño no
me gustaba verlos con los ojos abiertos, las cabezas giradas sobre la fila
anterior y el fuerte olor que desprendían. Sólo me encantaba lo bien acunados
que estaban sobre las hojas de helechos que les mantenía el frescor.
Ahora soy un degustador
agradecido de la pesca, quizás saturado por los decenios de embutidos y carnes
con lo que he sido nutrido como buen charro. Con el gusto un poco más
trabajado, reconozco que la variedad de sabores en el mar supera a la tierra,
sin despreciarlos en absoluto.
Por ello trato de conocer y
reconocer lo que compro, aunque las prisas diarias depositan en el vendedor mi
confianza. Pero estos días he estado leyendo el informe de OCEAN2012 y me he
quedado con muchas dudas. Según las investigaciones realizadas por el equipo de
esta coalición de organizaciones preocupadas por nuestra salud y la de los
océanos, se han detectado numerosos errores en el etiquetado del pescado
europeo. Es más, dichos fallos son deliberados, vendiendo especies de menor
coste como si fueran de mayor valor. Dentro de la Unión Europea, en Irlanda,
han descubierto que el 30 % del bacalao vendido es falso. Las especies con las
que dan el gato por liebre son el abadejo (Pollachius
pollachius) y el carbonero (Pollachius
virens).
La vía para descubrirlo ha venido
de la mano de los científicos del país, que recogieron muestras de ADN de las
pescaderías y restaurantes detectando el fraude no sólo de especies, sino
incluso del lugar de captura. Pero los españoles no nos quedamos fuera. Según
la revista de divulgación científica Quercus, los estudios realizados por la
Universidad de Oviedo sacan a la luz que entre el 30 y el 40 % de la merluza
analizada era merluza africana , de menor coste que la capturada en Europa, o
importada de América. No es, en principio, un fraude a la salud, sino al
bolsillo. Nos la vende y la pagamos como si fuera fresca y próxima, y no es
así.
En absoluto suponen estas
palabras una voz de alarma, ni les estoy diciendo que desconfíen de su pescadero
o pescadera de toda la vida. Es más, probablemente estos sepan bien lo que
venden, y si les cuelan algo a ellos, es difícil que nosotros acertemos a
distinguirlo. La desconfianza va más por los pescados procesados - empanados,
ahumados o rebozados – donde ya no hay ojo humano que distinga el espécimen que
va a meter en la sartén. Mi intención es que preguntemos por lo que compramos,
que lo hagamos donde tengamos confianza y que provoquemos que también el
pescadero o pescadera pregunte a sus proveedores.
Comer sano en la medida de lo
posible se está convirtiendo en una tarea de agentes del C.S.I. , así que toda
información que busquemos será buena, aunque sin obsesionarse. A este paso plantaremos nuestros huertos, criaremos
nuestras gallinas y corderos, engordaremos unas tencas o unas sardas, y a lo
mejor acertamos en la buena calidad de lo que nos llevamos a la boca. Tiempo al tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario